Por Juan Jesús Ayala (Filósofo).
Días de recuerdos imborrables que se guardan en la viveza del tiempo que, aunque los años repitieran los mismos acontecimientos eran novedad, donde la emoción, el ensueño que traían esas fechas podían más que la curiosidad.
Los días 24, desde por la mañana, se estaba en situación de espera; que, al fin, llegara. Esa noche las luces de Valverde que generalmente se apagan a las 11, la del 24 se prolonga hasta las 2 de la mañana, para dar tiempo a que las novedades se repitieran en una luminosidad que se deseaba.
A las 12 había que estar en la iglesia para la Misa del Gallo, aunque antes ya se veían los bares abiertos, el de los Reyes, el del Cine, El Armiche, el Jinama, el de don Pedro Rodríguez con el jolgorio de la gente que rompía la monotonía de gran parte del año.
Desde las 9 de la noche, el Cine Álamo estaba dispuesto a proyectar, para esa fecha, una buena película, donde una vez terminada la sesión sin cortes y un breve descanso para comprar alguna que otra chuchería en el bar de Andrés el de Higinio, se reanudaba la sesión, y al terminar, sobre las 11, todos a la iglesia.
Allí estaba el coro de Paco Méndez y su mujer, Lucrecia, con los acordes en su órgano entonando “Lo divino” acompañados por las guitarras del lugar donde destacaban las de los hermanos Abreu, junto también al sermón de rigor, donde los más pequeños a esas horas empezábamos a darle ya cabezadas al sueño.
Y una vez que salíamos de la iglesia con un frío tremendo en el cuerpo, lo que deseábamos era llegar a casa porque era noche de quesadillas, de turrón, de chocolate la Candelaria, o alguna que otra naranja dulzona de “ombligo”.
Y ya a la cama a dormir como un lirón.
Al día siguiente, el de Navidad era día de estreno para la juventud y hasta para los más pequeños que generalmente eran los zapatos Dorta que apretaban los pies, pero que, poco a poco nos íbamos haciendo con ellos tras soportar en las siguientes fiestas las bolsas de agua que se nos originaba en el talón.
Tras la misa de ese día, esperaba el baile en el cine Álamo, de 12 a 2; a su término o en las visitas que se hacían entre familias se regresaba a las casas donde se había preparado un almuerzo diferente acompañado para los mayores por un vaso de vino nuevo con postre de natillas Tamatina, aderezado de una copita de mistela.
Y por la tarde, paseo en la calle desde “el puente” hasta “la punta de la carretera”; volviendo, a la caída de la tarde, a los bailes del Casino con Pedro León al piano, y los de La Aurora con el del recordado Guzmán.
En el calendario eran días de novedad de los que disfrutamos en la época de la infancia y primeros años de juventud, sobre los que guardamos solo gratitud como recuerdo de una de las páginas más emotivas y generosas de nuestra vida.
En esas fechas también es verdad, siempre había un espacio sentimental y de pena para los que no estaban, pero crecimos en el entusiasmo que marcó un recuerdo de personas que convivimos juntos, de abrazos en la calle de sus pueblos y en las casas, donde se podía decir que la isla en aquellos días comenzaba el año haciéndose grande, donde cabíamos todos, donde no había rencillas, ni malas caras y las familias ampliaban los deseos de continuar igual el año que viene.
Y de nuevo, para nosotros, la espera de las próximas Nochebuenas y Navidades, que darían vitalidad a un nuevo recuerdo, cargado del mismo entusiasmo que el del año pasado.







