Por Juan Jesús Ayala (Filósofo).
Victoria Camps, Catedrática Emérita de Filosofía moral y política de la Universidad Autónoma de Barcelona se ha movido siempre a través de su pensamiento filosófico encriptado en el escenario de la Ética, llegando, en este tiempo a desentrañar como la política por mor de los políticos se hace más abstracta que la misma Filosofía.
Los políticos a través del tiempo en cuestiones importantes como la que se vive en Gaza llegan a una y otras respuestas no concluyentes, y no se cansan de seguir preguntando por la moralidad de los demás, olvidándose de ese espejo empañado que llevan en la mochila e incapaces, (porque no quieren) de abrir un sendero para poner fin a la guerra.
Recientemente, y sobre esta cuestión, Victoria Camp, ha hecho unas declaraciones donde aborda los flancos débiles de las relaciones sociopolíticas, haciendo hincapié en la soledad; donde en un mundo interrelacionado las apariencias indican que los apoyos mutuos deberían multiplicarse a través de esa interrelación, pero la cruda realidad abre el espacio de la soledad como nunca.
Una soledad de la que se habla y sobre la que apenas si se hace nada. Soledad imperceptible para quienes desde la lejanía la viven sin amparo, con amenazas de extinción y de vivir en políticas amorales y de tierra quemada cuyo mejor ejemplo y desgarrador lo ratifica la fotografía la desoladora de tres niños que miran desde una baranda protectora la destrucción total de Gaza.
No vemos sus ojos, pero intuimos las lágrimas que derraman a veces mezcla de soledad y no de rabia. No podemos imaginar otra situación. A los niños cuando los artificios mortíferos de la guerra destruyen la plaza donde jugaban, los colegios donde se les enseñaba las primeras letras, los hospitales donde los vacunaron, aun los restos de míseras tiendas de campaña sustitutas de sus viviendas pobres, pero llenas de vida donde fraguaron su futuro, esos niños no tienen sentimiento de rabia, solo salen de sus ojos llantos de desesperanza.
Sí que han oído de tratados de paz, de reuniones de naciones donde algún que otro país, ante escondidos y sin pudor, llegaron a proponer el reconocimiento internacional de su patria, palestina.
Sus padres les habían hablado de lo que en su día manifestó Ben-Gurión, “que si tuviese que escoger entre un Israel pequeño, con paz que un Israel más grande, pero sin paz prefería el primero”.
¿Y qué hacer desde la moral filosófica y desde la política coherente y real? Camps enfatiza que lo que motiva la presencia del mal se debe a que los hombres buenos no actúan en contra de una soledad descarada que está bajo los auspicios de las contradicciones de la política y de la moral que pregona la ética, llegándose a un conglomerado social ciertamente perverso y peligroso. No hace falta más que levantar la mirada para comprobarlo.
Mientras que en este panorama de interrelación desestructurada predomine el cuento, el relato de cada uno elevado a la máxima categoría del pensamiento estaremos inmersos no solo en un escenario de confusión, sino que el espejo que refleja nuestra imagen ya ni la conoceremos, pareciéndonos extraños de sí mismos. Ya que entre todos hemos construido una sociedad y una política donde predomina la desconfianza, desde Crimea, El Pentágono, Kiev, Gaza, Cisjordania, Pekín; y como testigo mudo una Europa vacilante, sin criterio y a rastras de las decisiones que tomen otros.