En el camino de la historia: Volver a la isla

Juan Jesús Ayala (Filósofo).

Por Juan Jesús Ayala (Filósofo).

Volver a  la isla de El Hierro es siempre una esperanza que a veces se traduce en  realidad gratificante y  otras, aunque  la espera se nos frustre, no deja de estar en el ánimo que atempera la nostalgia contar con la ayuda y colaboración  de la Dirección y  compañeros de la Gaceta del Meridiano que nos abre espacios de intercomunicación. 

Volveremos a la isla que nos ha comprometido desde tiempo por su historia irrepetible, propia de territorios, de islas como la  nuestra que se ha ganado con esfuerzos de muchos (aunque a algunos se les haya ignorado), estar en el escenario del progreso, a pesar de políticas encontradas pero sin abandonar el camino de la mejor solución para El Hierro.

Recuerdo años de penuria, de desidias por gobiernos que aun siendo de los nuestros se  les iba la vida en mirar hacia  las “islas mayores”, dejando los rastrojos  para la última, a la “menor” a la que el inolvidable, José Padrón  Machín se negó a que se le tratara así, y fielmente con el empeño de sus crónicas dejó registrada en el libro de la historia  que El Hierro era la “Séptima Isla” simplemente por lejanía de una situación  meramente geográfica.

Desde el año, en mi época de estudiante de Medicina en Granada  me obligué a reconocerlo como el iniciador del conocimiento de una isla secuestrada por sus silencios y soledades, lo que acentué en su periódico de “La Tarde” con el artículo “Soledades herreñas”, la del hombre y de la tierra, dedicado, “a José  P. Machín, acaparador de soledades y de vacíos caminos llenos de mística quietud”

La isla despegó, nos entusiasmó y hasta sus brumas alocadas nos desconcertaban; pero sus paisajes siempre dispuestos a un nuevo espectáculo que buscábamos y encontrábamos. Su mar igual de azul, pero distinto en su fuerza, donde las olas de los cantiles del Tamaduste fueran así de bravas, alguna que otra vez, pero que  no tenían que ver con la impetuosidad desarrollada en  la  playa del Picacho o la del Salto. 

O a la lejana quietud que circunda al Roque de las Gaviotas, o las de la Restinga que navegando sobre sus olas  por aquellos conocedores  de su mar; así como los buzos que se empeñan en recoger con sus cámaras  el enriquecido fondo por la generosidad del volcán Tagoro que nos lleva hasta el lindero marítimo de “Las Calmas”.

Volveremos a El Hierro y será como el primer día de ausencia que sufríamos  de estudiante en Granada, Salamanca o en La Laguna y más tarde en los encuentros de cada año, donde el 2025 se nos ha estirado en una ausencia que el martes  se romperá  cargada de recuerdos de una isla que sabe esperarnos, que no tiene prisas, que nos hace caso  clavando su quietud con  sus garfios teutónicos en los  fondos  marinos cada vez más enriquecidos.

Volveremos a la isla. Y la  gaviota del Parador, seguro que estará empinada en la playa en sus callaos de costumbre o se habrá ido con su vuelo  hasta Nisdafe para traer en su  pico alimentos que  el mar embravecido en aquel momento no permite sea suficiente para sus hijos que piaban con sus pequeños gritos desesperadamente.

Volvemos a El Hierro con la nostalgia y pena de queridas ausencias pero con la ilusión de un nuevo abrazo con todo lo que nos identifica que es ni más ni menos que la isla  misma en toda su amplitud.

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