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Por Luciano Eutimio Armas Morales

El Cabildo Insular de El Hierro aprobó en pleno del pasado 7 de febrero, una moción, en la que se solicita al Gobierno de Canarias un estudio para llevar a cabo el cierre dorsal Este que comunique Las Playas con El Pinar. Para entendernos, un túnel y vías complementarias, entre Las Playas y la carretera de La Restinga a El Pinar.

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Por Juan Jesús Ayala*. 

Lo mas importante y necesario para que un país irrumpa en la modernidad y sea competitivo en los niveles que producen bienestar y riqueza es el sistema sanitario ya que si no es el adecuado todo lo que permanece a su alrededor se derrumba paulatinamente, y se comienza por no tener unos ratios consecuentes con la realidad del momento , concretamente en el campo de la medicina y enfermería; y podemos poner como ejemplo, España en su conjunto y Canarias particularmente.

En el ámbito de la enfermería diferentes sindicatos han propiciado días pasados concentraciones en los distintos centros de salud con el objeto de  hacer llegar a la Consejería de Sanidad del Gobierno de Canarias que no deje a estos profesionales en situación precaria y con una sobrecarga de trabajo y responsabilidad que raya en lo inhumano lo que redunda en perjuicio contra la salud de los que tienen a su cargo mas de 2.500  personas asignadas lo que les obliga a una situación penosa y no deseable  al no dedicar a los pacientes el tiempo necesario. Y es que con una ratio de 5, 73 por cada 1000 habitantes en el conjunto del Estado y 8,8 por mil en la Unión Europea,  Canarias  está en 4,6  por cada 1000 lo que se traduce en la necesidad de incorporar al Servicio Canario de Salud 800 enfermeros para llegar al ratio adecuado que propicie una  adecuada asistencia a los habitantes de las islas.

Si nos concretamos en la situación de la Medicina esta es prácticamente  idéntica a la de antes de la pandemia. Aquí apenas se ha movido nada, la situación iguala a Polonia, Hungría y Bulgaria y lejos ,muy lejos de la ratio de Portugal de  2, 5 por 1000 o la de los Países Bajos, Francia o Alemania puesto que la media en el Estado español es de 1,93 médicos por cada 1000 habitantes donde Canarias sigue en la cola en la ratio por 1000 habitantes solo por delante de Andalucía y Castilla la Mancha.

Esta situación de no corregirse nos llevará al colapso total ya que, además, en apenas tres años se jubilaran el 50 por ciento de los jefes de servicio de hospitales lo que ocasionará nos encontremos con unas previsiones no ajustadas a un futuro inmediato, lo que llevará al enfermo a la no asistencia directa de un profesional sanitario sino que sea mediante el teléfono o pantallas de ordenador, cayendo en el olvido que el trato debe ser como siempre cara a cara con el paciente; y no seamos muy pesimistas si a no muy largo tiempo los robots en esto del diagnostico y tratamiento tengan mucho que decir , lo que ya seria el  desahucio personal total. 

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Ante esta situación que se vuelve a veces insoportable muchos sanitarios están a punto de abandonar, dado que aun cargados de vocación sufren en propia carne ciertos  impactos psicógenos indeseables al comprobar que no se les ha tratado bien por los poderes públicos sanitarios y que  si un día fueron motivo de aplausos hoy se encuentran desmotivados y dentro de una insatisfacción que  le han producido las palabras huecas y las promesa vanas por los palos de ciego de los gobiernos de turno que los  guían como si fueran marionetas.

O nos ponemos todos  a entender que es la sanidad, y mas aquellos que tienen la obligación de enderezar una situación que es grave donde  la gente se muere muchas veces sin recibir la asistencia  debida o de lo contrario nos situarán  al borde  de una sociedad que  camina hacia el caos sanitario y a la que se la está cogiendo con las pinzas de un bienestar deseado pero logrado, ni siquiera a medias.

(Respecto a una aclaración. En el articulo anterior sobre mi primo Juan donde hacia referencia a los “Ayala” que habían desempeñado tareas publicas en el Ayuntamiento de Valverde y Cabildo de la isla, omití por descuido memoristico, precisamente el  de su hijo José Matías Ayala Padrón, consejero que fue del Cabildo herreño).

*Por Juan Jesús Ayala (Especialista en Medicina Comunitaria y del  Trabajo).

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Por Luciano Eutimio Armas Morales.

El cadáver metálico de los railes del tranvía, que en otros tiempos unía la ciudad de Las Palmas con el Puerto de la Luz a través del Istmo de Las Isletas, con el mar a ambos lados, yacía sepultado bajo el asfalto desde hacía años.

Pero justo en este lugar, delante de la terraza en la que me senté y pedí un café, había un hueco en el suelo, en el que relucía un trozo del esqueleto metálico de lo que un día fueron railes, transitados por el tranvía que llevaba los trabajadores de los barrios de San José y San Cristóbal a faenar en labores portuarias.

Cuando el asfalto sepultó los raíles en todo su recorrido por las calles Triana, León y Castillo, Albareda y Juan Rejón, el alcalde ordenó que dejasen visible y libre de asfalto un trozo de estos recubriéndolos con un cristal, como mudos testigos de otra época. Al lado, colocaron una placa de bronce en el suelo con una inscripción: Raíles del tranvía  “La Pepa”.

Era la mañana de un día cualquiera en la calle Mayor de Triana, que fue la primera calle comercial tras la conquista de la Isla y la fundación de la ciudad, por la que circulaban diligencias y caballos, hasta que llegaron los primeros coches de los ingleses que se establecieron en la ciudad. Las Palmas era lugar de tránsito obligado de los barcos que unían el puerto de Londres con las colonias de África, y por esta calle pasaba cada día el Dr. Pavillard con su Rolls Royce, camino de su casa en Tafira.

Mas tarde llegaron los coches de hora, los coches piratas y aquellos destartalados fotingos, que decía Pancho Guerra, a los que sustituyeron las guaguas Daimler Garner y las de dos pisos, importadas de segunda mano desde Inglaterra. Contaban aquellas guaguas con un conductor y un cobrador, que, con gorra de plato, pantalones y chaqueta gris, transitaba por el pasillo con una bolsa en bandolera cobrándole a los pasajeros. Los vehículos tenían un cartel que decía “Prohibido hablar con el conductor”, y otro que decía “Prohibido fumar y escupir”.

 Pasados unos años, estas entrañables jardineras-guaguas, que así las llamaban, fueron sustituidas por unas Büssing procedentes de Alemania, nuevas, pintadas de amarillo y azul, con puertas accionadas con aire comprimido, que al abrir o cerrar emitían aquel silbido estridente que asustaba a algunos pasajeros.

Tras la invasión omnipresente de los automóviles que ocupaban viales y aceras, llegó un día en que la calle se cerró con una enorme escultura de Martín Chirino a su entrada, y se convirtió en una isla peatonal, por la que transitaban clientes de los comercios, niños con las nanas, turistas con sus cámaras, jóvenes ociosos, artistas callejeros, y jubilados o simple paseantes, que se sentaban en los bancos públicos o en las terrazas de las cafeterías, a charlar, leer el periódico o chatear con el smartphone. 

Y en esa mañana de un día cualquiera, estaba sentado saboreando el café en la terraza de la cafetería, frente a la cual estaba la placa de bronce y los raíles del antiguo tranvía, cuando vi que se acercaba y se dirigía a mi mesa, un mendigo con aspecto algo descuidado, caminando lentamente. Llevaba un sombrero negro de pana, ya descolorido, y un chaquetón gris que no parecía de su talla.

Se detuvo delante de mí, extendió su mano y me dijo: “Para un bocadillo, por favor”. Yo, de forma instintiva, metí la mano en un bolsillo buscando algunas monedas, mientras miraba su rostro erosionado por el tiempo y las arrugas, con unos ojos vivaces y un casi imperceptible tic en su mirada. Por un momento, me resultaba alguien conocido.

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  • ¿Cuál es tu nombre? -Le pregunté-
  • Andrés, señor. -me respondió.

De inmediato mi memoria rebobinó, y me encontré jugando al futbol en el campo del colegio. Andrés estaba en mi clase desde infantil. Jugábamos en el mismo equipo, él de extremo izquierdo y yo de lateral en la misma banda. Siempre estaba contando chistes. Fue el primero en llevar cigarrillos al colegio. Los encendía en el recreo y nos daba caladas, siempre a escondidas de los curas, claro. Y también fue el primero en presumir de ligar con chicas del instituto femenino, que estaba a tres calles de nuestro colegio.

Teníamos catorce años, cuando nos examinamos de la primera reválida de bachiller. Andrés, creo que no aprobó en junio ni en septiembre.  Al siguiente curso, no se matriculó. “¿Alguien sabe de Andrés?”, nos preguntábamos. Le echábamos de menos, por sus chistes, sus bromas, y sus endiabladas carreras en los partidos de futbol en el campo del colegio. Era un buen compañero.

De pronto sentí un irresistible impulso a levantarme, darle un fuerte abrazo, y decirle: “¡Coño, Andrés, ¿No me conoces? Siéntate aquí. ¿Qué quieres tomar?!”. 

Pero en el último instante me contuve. Recuerdo que decía, que a él le gustaría estudiar medicina. Nuestras mentes estaban llenas de sueños y de proyectos con los que construíamos un futuro fantástico. Pero habían transcurrido más de cincuenta años, y los sueños habían sido sustituidos por recuerdos, y quizás por fracasos y frustraciones.

Entonces, emocionado por el contraste entre aquellas ilusiones y esta realidad, pensé que podría resultar doloroso para él, rememorar aquellos años en que éramos tan felices corriendo tras un balón, o paseando una y otra vez por una acera de la calle Triana, a ver si aquella chiquilla de melena rubia que estaba en el instituto femenino, nos devolvía una sonrisa al pasar. 

Saqué un billete de la cartera y se lo di. Me correspondió con una amplia sonrisa, en la que se apreciaban dos portillos en su dentadura y su inconfundible tic en la mirada. “

_ Gracias, señor, me dijo. 

_ Que tengas un buen día. Cuídate, 

 le contesté. Y se alejó con caminar cansino, casi arrastrando los pies. 

Yo me quedé por un tiempo en la silla, meditando, triste y consternado. Era la mañana de un día cualquiera, en la concurrida calle Mayor de Triana.

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Por Juan Miguel Padrón Brito*

Nuestro Plan General de Ordenación lleva trece años de tramitación, y nuestra prioridad siempre ha sido su aprobación, ya que el desarrollo económico del municipio está muy determinado por el mismo.

Dicho esto, tengo que decir que desde el consistorio tal vez hemos pecado de ser demasiado ambiciosos u optimistas, y hemos intentado y manifestado que el mismo saldría antes de los trece años que tiene de media las aprobaciones de los PGO en Canarias, pero la realidad es que la aprobación de esta herramienta viene determinada por una infinidad de informes que competen a otras administraciones.

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Por Juan Jesús Ayala.

Repasaba hace días la historia de la docencia de segunda enseñanza en la isla y me encontré de nuevo con la fotografía de los primeros alumnos de la Academia de Da Inocencia que gestionó  que los profesores del Instituto de  Santa Cruz se trasladaran a la isla para examinarlos, y en ella estaban los componentes del curso 1946-47, Juan Ayala, Guillermo Panizo, Longinos Morales, Amadeo Ayala,(nuestro primo) Electra García, María José Padrón Galán, Hildebrando Reboso y Nereida Gutiérrez, cuando me llega la mala  noticia de tu delicada salud que hizo fueras ingresado en el hospital del Hierro.

En los momentos cuando  la enfermedad pudo más que tu vitalidad nos viene la pena, la magua  al saber que ya no podríamos seguir disfrutando de nuestros encuentros  junto a Marianela y los tuyos llegando, al menos a la memoria y con fuerza los viejos recuerdos que amortigua el dolor de tu ausencia.

Cuando acabas los estudios de Bachillerato en la isla ya decides estudiar Magisterio, y al terminarlos, como ya el proyecto anidaba en ti querías hacerlo realidad como era el irte a Venezuela porque pretendías prosperar sin escatimar esfuerzo alguno; y recuerdo un día en el piso alto de la casa de tío Aquilino, donde estabas reunido con Hildebrando Reboso y Julián Fernández ya planeaban el escape de poner rumbo a Venezuela, lo que pronto se hizo realidad pasando en aquella tierra junto a Marianela cerca de trece años engrandeciendo el negocio que  se propusieron desarrollar..

Nuestras casas en el Tamaduste estaban casi pegadas quizás un pequeño árbol, que le dábamos el nombre de “crecero” las separaba, pero en nuestras familias   había una convivencia exquisita que se acrecentaba con mas alegría y jolgorio  cuando nos acompaña tía Lola o nuestro primo Feliciano que estudiaba medicina en  Cádiz y pasaba los veranos con nosotros. Recuerdo cuando tu padre, tío Pedro, regresa de Venezuela y junto a mi padre, quieren emular viejos tiempos y se fueron a mariscar a las playas cercanas regresando con unos enormes sacos llenos de lapas  que dieron para dar y repartir.

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En estos últimos veranos y en alguna que otra escapada que hicimos al – Hierro, siendo una de ellas cuando presenté mi libro en el cabildo, no podíamos evitar las risas y  carcajadas trayendo a la memoria anécdotas y siempre, como si fuera la primera vez que la relatábamos, insistíamos en una con la cual nos partíamos de risa que  era relativo a las mudadas  del  Tamaduste. Pues bien cuando en una de  las “subida” una vez que habíamos terminado el periodo de vacaciones teníamos que  regresar a Valverde se procedía a componer la carga sobre la albarda de la yegua blanca  de tío Pedro, el cual era un verdadero artífice colocando en aquel reducido espacio todo y mas de lo que había que cargar,  y en la  de ese día  se tenia   de alguna forma poner el cochino, que era de un buen tamaño bien atado como el ultimo bulto. Pues bien, todo estaba ya preparado para iniciar el camino cuando el cochino mediante una morisqueta que hace se desata, salta de la yegua, y sale corriendo camino arriba del roque de las Campanas; el encargado de correr tras el y traerlo al lugar de salida fuiste tu, y la verdad que lo conseguirte con una habilidad manifiesta. 

Cuando regresas de Venezuela a parte de estar al frente de la dirección del Banco  de Bilbao y de la presidencia del Casino, seguiste emulando a la zaga  de los “Ayala” que desde tiempos inmemorables se han distinguido por ponerse al servicio público de la gente de la isla desde el ayuntamiento y cabildo. Quizás todo comienza con nuestro tatarabuelo, José Blanich, casado con Dolores Ayala, primer juez, alcalde y concejal del ayuntamiento, nuestro bisabuelo, Pedro  Miguel Ayala, alcalde y concejal, nuestro abuelo, Sebastian,  primer teniente de alcalde varias veces, mi padre, alcalde, consejero y Presidente del cabildo, tu padre consejero del cabildo, nuestro primo Amadeo, concejal, y tu, como no podía ser menos desempeñas la tarea de concejal del ayuntamiento de Valverde.

Desarrollaste una vida intensa con la vitalidad y fuerza que te caracterizaba, disfrútate de tu familia, y todos lo hicimos contigo, con los cuentos, las risas y tu buen humor y ahora cuando nos llegó la mala noticia que nos habías abandonado, la pena se instala en nuestro animo y tendremos que recurrir a la memoria donde seguirán  nuestras vivencias y un sin fin de buenas ocasiones que hemos pasado junto a tu mujer, Marianela.

 

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