En el camino de la historia: Al rescate del cuento

Juan Jesús Ayala (Filósofo).

Por Juan Jesús Ayala (Filósofo).

Los cuentos en realidad son relatos que uno u otro escuchan, además, es una actividad que ayuda a comprender lo que acontece en un día, en una hora o tal vez en un instante  que no se  borra tan fácilmente como pudiera ocurrir con ciertas historias que huyen de la memoria, se escapan de la cotidianidad, pero  el cuento, no.

El cuento siempre está disponible. La historia se desvanece, se pierde en las páginas de los libros que se consultaron y que se han olvidado en los anaqueles de las bibliotecas.

El cuento es más manejable,  forma parte de la biografía de cada cual; cuantas veces nos alongamos a su presencia y nos sale aquello,” espera, no te vayas que voy a contarte el cuento aquel, ¿te acuerdas?”. Lo que produce cierta preocupación por saber  lo que nos van a relatar. ¡Porque compromete el diálogo en la exclamación! “no me digas”!… Es verdad… ahora me acuerdo de que sucedió así como lo cuentas. Me había olvidado.

La historia es farragosa y a veces empalagosa porque más de uno de sus capítulos resultan incomprensibles al intervenir en su construcción intereses  cubiertos con el velo de la sospecha o de la desconfianza. 

Nos hablan de treguas que no empiezan,  que cuando la inician, terminan igual: con una nueva guerra y con acuerdos de paz que ya se han alcanzado, históricamente, en ocho ocasiones   como refleja Miguel Ángel Bastenier en su libro, ISRAEL –PALESTINA (LA CASA DE LA GUERRA); pero el empeño de ahora  está a la espera de escribir el  próximo que irá por el mismo camino: el del secretismo, el de la obediencia, el de la sumisión no se sabe a quién.

El cuento tiene menos recorrido, no hay malos entendidos, sucedió como se cuenta, porque es recuerdo entre dos o entre el grupo común. Es cercano, lo construye la memoria y es fiel a lo acontecido.

La historia generalmente la escribe, si se trata de una guerra o de una dominación territorial el que vence y somete, el cual para justificar violencias las suaviza con argumentos confusos cuando antes enviaba drones con cargas mortíferas donde la palabra dulcificada de ahora no engancha con la crueldad  de entonces que acabó con vidas  de miles de inocentes.

En las plazas de los pueblos de las islas, sobre todo, cuando la faena del campo quedaba atrás los encuentros se producían donde el cuento, la anécdota, no se escabullía, eso si con palabras sencillas muy lejos de la alta tecnología de la comunicación y de la jerga incongruente del  discurso estirado y ramplón de los “todologos” que pululan por cualquier esquina.

Por eso rescatar el cuento sería gratificante y volver, aunque suene a metáfora, a los mentideros, a los muros de cemento y si fueran de piedra, al desnudo, mejor, ya que el cuento recrea situaciones y se construye en la cercanía donde aflora el gesto, la sonrisa y la carcajada hasta partirse de risa.

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