Por Juan Jesús Ayala (Filósofo).
La política como teoría de la acción se confunde, según la acción finalista, con la antipolítica. Si se está de acuerdo con sus principios, los anuncia y defiende a ultranza, y, además, puede realizarlos porque detentan el poder, estaremos en el camino de engrandecer la política en su estado puro.
Si, por el contrario, las situaciones son coyunturales donde todo vale, los posicionamientos ideológicos se han ido a la cuneta de la historia; la mentira se considera como la mejor de las verdades; y el vituperio se desarrolla como una exquisitez democrática, se estará bordeando la negación de la política.
Si, además, es héroe de sí mismo, pensando en el engaño y en la sospecha como categorías de alta resolución, se estará dando un tajo de muerte a la política.
Y no digamos, si creyéndote el rey del universo, que lo considera como una bola de cristal con la se puede jugar a su antojo moviéndola de un lado para otro, entonces seremos meras marionetas de los mandatarios del mundo que se mueven en el espacio de la antipolítica.
Donde muy pocos tienen cabida a su alrededor. Se les empuja, se les amenaza, se les persigue, aunque limpien todos los días la Estatua de la Libertad, que por cierto fue declarada en 1984 Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, representando la libertad y emancipación con respecto a la opresión.
Sufren en el silencio de sus decisiones que no van encaminadas a la lealtad, donde todo alrededor es volátil, sus acciones tienen de vigencia un instante como si fuera el futuro más inmediato, porque al día siguiente hay otro tiempo distinto, según convenga.
Nunca como ahora el mundo se encuentra zarandeado por un sin número de noticias y de comunicación colectiva, podemos llegar desde cualquier parte de nuestras islas al confín más lejano sin saber si estamos hablando con el que tenemos delante, si nos reímos con el que se nos mueve con gracia y desparpajo, lo que nos hace pensar si no estaremos alimentando el poderío de la antipolítica que conduce a cualquier parte menos a la felicidad.
O si permanecemos bajo la influenza del hipnotismo de los que piensan que los eternos están fuera de sí, y que los mortales seremos su alimento, que pueden darnos los sustos que les plazca.
De cualquier manera la política carroñera, la antipolítica, nos enseñará muchas cosas, sobre todo, guiados por el olor nauseabundo que desprenden donde están emboscados sin saber qué tipo de artimañas siguen urdiendo llegando al fin de su acción justificándola con cualquier medio que han puesto en rodaje
Y es que la trampa es su dominio, el cartón su herramienta y el complejo personal su tragedia. Y así nos va.







