Por Juan Manuel Martínez Carmona.
Tardaron, pero al final llegaron las lluvias otoñales a El Hierro. Esta demora en las precipitaciones, repetida cada año, parece otro indicio del Cambio Climático que padecemos. Hace apenas treinta años, la irrupción masiva de setas en los bosques canarios acontecía a mediados de octubre, pues ya habían sido regados con generosidad. Estos días de diciembre, aprovechando la humedad aportada por las recientes precipitaciones, La Llanía se transforma en un escenario de fábula, aflorando múltiples setas que delatan el complejo entramado de vida que late en el subsuelo. Solo un dato, se calcula que los primeros 20 centímetros de suelo forestal pueden contener 5 toneladas de hongos y bacterias por hectárea; organismos cruciales en el ecosistema al descomponer la celulosa y reciclar nutrientes. Sin ellos, el bosque colapsaría.
Enigmáticos hongos parasitan los troncos de las hayas: la lengua de buey (Fistulina hepática), visera de dorso rojizo, y el amarillento pollo de bosque (Laetopirus sulphureus). Tanto el nombre vulgar como el científico de la lengua de buey describen a la perfección su suculenta consistencia carnosa. No obstante, tiene la consideración de comestible mediocre, recolectándose joven, porque adulta puede resultar indigesta. Tras descartar la viscosa cutícula y la esponjosa porción inferior, el trozo resultante precisa de cocción antes de consumirlo, neutralizando su posible acidez. Eso sí, los pastores relatan que las cabras se “vuelven locas” por este hongo, trepando por los troncos para devorarlo. Mientras la lengua de buey tiene figura de visera, el pollo de bosque despliega exuberantes abanicos superpuestos hasta alcanzar tamaños respetables, superando en ocasiones los veinte kilos de peso (el record lo ostenta un ejemplar de 45 kilos recolectado en Inglaterra). Cocinado fresco, este sustancioso hongo desprende intensos aromas. Pero hay que tener cuidado, porque algunas personas experimentan al consumirlo reacciones alérgicas, provocando vómitos y diarreas.
Sobre los tocones y al pie de los troncos de las hayas crecen setas de vivos colores. La robusta seta de la risa (Gymnopilus junonius), de tonos anaranjados, resulta incomestible por su tremendo sabor amargo. Su nombre deriva del japonés waraitake (“hongo de la risa”), aludiendo al efecto alucinógeno originado por sus altos niveles de psilocibina, similar a los trastornos de visión del LSD. Este hongo interviene en la descomposición de la madera muerta, mientras la seta de miel (Armillaria mellea) puede parasitar árboles vivos debilitados, provocando putrefacción de las raíces y muerte por inanición. Un proceso a seguir en La Llanía, donde las hayas padecen secuelas por las sequías. Apreciado en el este de Europa, este hongo debe cocinarse a fuego lento durante un buen rato, desechando tanto los pies como el caldo de cocción. Durante la noche, los racimos de setas de miel desprenden mágicos halos bioluminiscentes. Este hongo presenta anillo en el pie y láminas blancas, rasgos que permiten diferenciarlo de la tóxica y común hifoloma de láminas verdes (Hypholoma fasciculare). De mediano tamaño y tonos amelocotonados, el hifoloma se alimenta con los residuos de la madera, creciendo en solitario o formando ramilletes.
Sobre el terreno, la seta más abundante en La LLanía, y pionera en aparecer con las primeras lluvias, es el champiñón escamoso (Agaricus moelleri). Pero cuidado con ella, algunas personas la confunden con champiñones comestibles corriendo el riesgo de sufrir trastornos gastrointestinales. Evitaremos sorpresas al percibir su olor desagradable (a tinta) y su carne amarillenta al corte, en particular en la base del pie. También grande, con anillo envolviendo el pie y sombrero cubierto de escamas grises, el apagador menor (Chlorophyllum rhacodes), en cambio, está catalogado como comestible. Su carne blanca despide dulces aromas, mostrando matices rosáceos al cortarla.







