Por Juan Jesús Ayala (Filósofo).
Releía, una vez más, el libro de Aurelio Ayala Fonte, “Un hombre, un médico, una isla” dedicado a la memoria de Juan Ramón Padrón Pérez que desarrolló su actividad como profesional de la Medicina en la isla del Hierro en momentos donde las carencias sanitarias a veces daban la cara de manera imprevista, pero que la pericia, tranquilidad y sabiduría de Juan Ramón fueron capaces de encarrilar una satisfactoria solución para el enfermo y a él infundirle el confort de haber cumplido con su deber.
Juan Ramón, además, de médico prestigioso, destacaba por ser un intelectual donde en momentos que se recaba su participación en conferencias, debates tanto políticos como literarios, exponía su discurso con voz profunda, pausada y sabía, sin papel alguno, donde su imaginación desgranaba argumentos que no se acantonaban en parcelas definidas, rompía cercos, enlazaba circunstancias que iban desde su infancia, la enseñanza de su primer maestro, el maestro Chano, mi padre, hasta culminarlas en Cádiz con figuras de la Medicina como el doctor Llorca, el doctor Gallego o el patólogo, Francisco Díaz, hasta su llegada a Madrid sujeto a las enseñanzas entre otros, de los catedráticos Martín Lagos, Jiménez Díaz y nuestro pariente Pedro de la Barreda.
Y una vez que tuve el libro de Aurelio, que me fue difícil conseguir. Me acerqué al Tamaduste donde veraneaba con su familia, para que me lo dedicara; y así lo hizo, con todo el cariño del mundo, como profesionales que éramos de la Medicina y como recuerdo de su maestro, mi padre.
Allí hablamos, mejor, habló, deje que lo hiciera a preguntas, en tiempos revueltos, sobre sus vivencias como médico cuya trayectoria quisimos emular, pero que nos fue difícil porque nuestros caminos divergieron.
Pero gracias al esfuerzo recopilatorio de su trayectoria, como hombre como médico e intelectual que nos trasmitió Aurelio, pude llenar algunos vacíos de la sanidad de los viejos tiempos, las calamidades que los médicos y más en su momento soportaron, que Juan Ramón con su sabiduría y memoria puesta a punto fue capaz de ponernos un nudo en la garganta, a la vez llenarnos de esperanza y que a pesar de todo, la vida merecía la pena.
Cuando comenzaba mi carrera de medicina, hacía algún tiempo que Juan Ramón la había terminado y regresó a la isla con todo la ilusión del mundo y fue como un referente que pretendíamos imitar, ya que no dejó de pensar en la isla, en sus deficiencias sanitarias y con el empeño de solucionarlos como médico y de persona ilustrada capaz de sacudir el polvo a muchas historias de El Hierro que permanecían en el olvido y que rescató en relatos como sus escritos diáfanos y contundentes.
Aurelio ordenó y trasmitió con rotundidad histórica y suma delicadeza en el libro, la vida de Juan Ramón, que no me canso de releer, sobre todo, cuando en tiempos de truculencias, las ausencias de Aurelio y Juan Ramón, nos llena de agobio. Pero tener a mano su libro nos secuestra por momentos la pena de haberlos perdido, aunque por los caminos del recuerdo, tanto uno como el otro, transitan por mi memoria, ininterrumpidamente.