Ana Ávila*
Cuando en 2012 se publicó el libro Isla de El Hierro. Patrimonio artístico religioso (Gobierno de Canarias-Ayuntamiento de El Hierro-Ediciones del Umbral), de la autora de este artículo, se dejó constancia de las alteraciones de las que había sido objeto la escultura y el mobiliario de los recintos sacros. Estas se aprecian en añadidos de elementos y en suplantaciones, así como en repintes, que modifican el carácter artístico de la pieza e incluso llegan a trastornar el mensaje religioso que se pretendió en su momento. Su autoría se debe a escultores y pintores aficionados locales, desconocedores de los valores inherentes a la práctica de la restauración, para quienes repintar implicaba mejorar la pieza, y hacer algo nuevamente sugería el desprecio hacia lo antiguo, al parecer, sinónimo de viejo. Otras personas eran foráneas, establecidas en El Hierro por motivos labores, independientes de la práctica artística, o bien venidos de Tenerife, haciendo, incluso, campañas de restauración por varios recintos religiosos. Con orgullo, seguros de su trabajo, algunos firman, e incluso fechan, su trabajo.
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